Vaya día agitado que tuvo el Sumo Pontífice a su llegada a quizá el país más fervientemente católico de todo el planeta.
Tras haber viajado 14 horas desde el Vaticano, y haber hecho una escala en Cuba, en donde hizo historia al reunirse con el Patriarca Cirilo de la Iglesia Ortodoxa cubana, el Papa llegó a México la noche del viernes.
Tras su traslado a la Nunciatura Apostólica, dispuesto a dormir para levantarse temprano, los fieles apostados fuera de la Nunciatura, le gritaron porras y le lanzaron cánticos, hasta que lo hicieron salir de la Nunciatura casi a las diez de la noche, a charlar y a rezar con ellos.
Tras el desvelón, el Obispo de Roma se levantó temprano a rezar (lo hace todos los días) y a las 8:30 ya estaba camino a Palacio Nacional.
Fue la primera vez que un Papa entra a Palacio Nacional en México.
Ahí se llevó a cabo un evento eminentemente político. El presidente Enrique Peña ofreció al Pontifíce un discurso en el plató, en el que aseguró que el Papa dejara marcado a los mexicanos, pero también los mexicanos marcarán al Papa.
Paralelamente , el Papa dejaba su sentir , en su primer discurso en México .
“Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción”, dijo, firme, frente a la clase política mexicana.
Después se trasladó a la acera de enfrente, en donde se levanta otro de los pilares del poder en México: La Catedral Metropolitana.
La Catedral, junto con el Palacio Nacional y el Ayuntamiento de la Ciudad, rodean el emblemático centro de México en la Plaza de la Constitución , y a su vez forman el triunvirato del poder.
El Papa atendió a los tres. Después de su visita a Catedral, subió al templete del Ayuntamiento a recibir, del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, las llaves de la Ciudad y el reconocimiento de una de las orbes más grandes del planeta.
Uno pensaría que es suficiente para un día. Pero no para el Papa Francisco.
Tras un breve reposo, el Papa llegó al epicentro religioso más importante del país, y con mayor concentración religiosa del mundo entero: La Basílica de Guadalupe.
El Papa cumplió su cometido esencial: visitar a la Guadalupana. Fue testigo del fervor guadalupano del Pueblo de México.
Obsequiar una misa en la Basílica, no es cualquier cosa. Es ver a este pueblo devoto de frente. El Sumo Pontífice se acercó a la patrona de México con humildad.
El símbolo de la Virgen de Guadalupe que preside su Basílica , fue volteada en tras lúdico para sostener un encuentro privado, silencioso, contemplativo con el Sumo Pontífice. Frente a la mirada de los obispos y de México entero, el Papa conversó con la Morenita del Tepeyac.
Terminando el evento en Basílica, el Papa Bergoglio regresó en su pequeño Fiat, sentado. No más Papamóvil a esa hora de la noche.
Era entendible, había sido un día exhaustivo para cualquiera, aunque hubiese sido un chaval de veinte años. Más todavía para un hombre de casi 80.
Todavía llegó a la Nunciatura y bajó del auto para saludar a la gente que rodeaba la Embajada del Estado Vaticano.
Y les expresó, micrófono en mano, si estaban cansados, acaso reflejando su mismo estadio.
¿Están cansados?- gritó. ¡Nooooo! -Coreaba la gente. Nos podemos quedar aquí hasta las cuatro de la mañana -respondió.
Quizá él si se hubiera quedado hasta esa hora charlando con la gente. Pero su equipo , literalmente, lo “rescató” de la devoción mexicana, y lo condujo al interior de la Nunciatura, para que descanse urgentemente.
Si, esa hospitalidad mexicana, capaz de matar a cualquiera.
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