Tras los ataques terroristas perpetrados el pasado 7 de enero en las instalaciones de la redacción de la revista satírica y de humor Charlie Hebdo que dejó 12 personas muertas, entre ellas el director de la publicación así como parte de sus creativos y caricaturistas, se desató en el mundo una fuerte polémica en torno al terrorismo y la libertad de expresión. Principalmente porque la revista desde hace décadas realizaba publicaciones que ofendían a las diversas religiones; judíos, musulmanes, católicos sin distinción a través de sus portadas y sus textos.
Si, el objetivo de estos atentados ha surtido efecto. El mundo hoy en día reflexiona sobre los límites de la libertad de expresión: ¿hasta dónde es prudente expresarse con libertad? ¿se puede criticar o no a la religión? ¿es válido herir la fe de otros con fines comerciales o de lucro? ¿es posible limitar la libertad de expresión en aras de no herir susceptibilidades, criticar formas de vida, de pensamiento o credo?
Vaya disertación; profunda y compleja. Visto a simple vista la respuesta es clara: nadie tiene derecho a asesinar a otras personas por no compartir su fe o sus valores. Sin embargo, las reacciones y las distintas posturas frente al tema no se han hecho esperar.
Gran parte de la sociedad occidental se niega a sucumbir frente al terror. La marcha que se realizó en París y en otras ciudades del mundo demuestran que no, no es aceptable que se limite la libertad de expresión por ningún motivo. Absolutamente nada justifica la violencia en contra de otros. Y menos en una sociedad democrática.
¿Cómo ser juez y parte?
La iglesia católica se pronunció respecto a la libertad de expresión apelando a la prudencia. El Papa Francisco se lava las manos y declara que “se puede ejercer la libertad de expresión, siempre y cuando no ataques la fe de los demás.”
El Primer Ministro británico David Camerón se apegó al marco legal, dijo estar en contra de la crítica a la religión, y se limitó a decir que “está en el derecho de las personas causar una ofensa a las religiones y no por eso se tiene derecho a atentar en contra de una vida”.
Mientras que los musulmanes también reaccionaron. Impresionantes imágenes de más de un millón de personas también levantó la voz en contra de los ataques a su religión y a Mahoma. En la que exigían respeto por sus creencias, por su fé y sus valores. Los musulmanes también han puesto la voz en alto para decirle al mundo que “el islam es la religión de la bondad y la creatividad” y que nadie tiene derecho a atacar a su profeta.
Muy respetable postura, siempre y cuando no se quieran constituir en los controladores y jueces del mundo. Ninguna religión o cultura tiene en sus manos la verdad absoluta, ni el poder para castigar, o perdonar a quienes blasfemen su fe y menos aún en el nombre de un profeta.
Sólo aclarar: ni todos los fundamentalistas son musulmanes, ni todos los musulmanes son radicales. ¡Qué viva el libre culto!
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