Woody Allen se pone de romántico. O por lo menos eso parece con esta nueva propuesta cinematográfica que aunque no suele ser su estilo, logra ser interesante. Se trata de una comedia romántica, escrita y dirigida por el polémico director, recreada en el sur de Francia por lo que los paisajes, los colores, el vestuario y el ambiente son ideales para una película de este corte.
Sin ser una de sus mejores obras, el Director logra meter al espectador en una situación novedosa. Una joven estadounidense llega a Francia con poderes sobrenaturales que le permiten visionar el pasado y comunicarse con los muertos. Utiliza una fórmula que conoce bien, la ilusión para escapar de la realidad. Utilizando una metáfora muy apropiada para los que creen en el misticismo: es posible encontrar la magia a la vuelta de la esquina.
Sophie Baker (Emma Stone), de la mano con Stanley Crawford (Colin Firth) juegan los papeles protagónicos de un hombre maduro que cuestiona el amor, la existencia de Dios, la emotividad y sobrepone el racionalismo ante cualquier sentimentalismo y una joven que lo hace cambiar de opinión.
El protagonista pasa casi sin darse cuenta, lenta y sutilmente del egocentrismo al cuestionamiento, y de la duda al amor. Entre líneas Woody Allen cuestiona a los escépticos sobre la existencia de Dios. Y aunque defiende el ateísmo, se cuestiona la posibilidad de su existencia y la capacidad de encontrar la felicidad.
Aderezada con poesía de Dickens, y frases de Nietszche, la obra transcurre entre diálogos inteligentes, sin envolver al espectador por completo, como lo hace en otras de sus muchas películas, en esta, logra hacer de ella un momento agradable.
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