Solsticio y equinoccio son dos caras de la misma moneda: ambos están relacionados con la órbita elíptica de la Tierra y marcan el cambio de estación. Sin embargo, cada uno tiene características particulares que los hace únicos.
Para poder comprender este fenómeno, lo primero que hay que saber es que hay dos solticios: uno de invierno y otro de verano. Y dos equinoccios: uno de primavera y otro de otoño.
Esto lo determina la posición de nuestro planeta con respecto al Sol: si desde el centro del astro rey dibujásemos una cruz teniendo dentro de la órbita elíptica de nuestro planeta, estos cuatro puntos señalarían el solsticio de invierno -sobre el 21 de diciembre, el equinoccio de primavera, sobre el 21 de marzo, el solsticio de verano, que comienza el 21 de junio, a las 17.54 hora peninsular española y el equinoccio de otoño, sobre el 21 de septiembre.
la órbita de la Tierra no es exactamente circular, sino ovalada o elíptica. Por eso, tiene dos ejes, uno mayor y otro menor, de tal manera que dos veces al año la Tierra pasa por los extremos del eje mayor, y otras dos veces por los del eje menor.
El punto de la órbita de la Tierra que coincide con uno de los extremos del eje mayor recibe el nombre de solsticio: uno coincide con el inicio del verano y el otro con el inicio del invierno.
El solsticio de verano también es el día que tiene la noche más corta del año, y el de invierno tiene la noche más larga del año.
De la misma forma, los puntos de la órbita en los que la Tierra coincide con los extremos del eje menor se llaman equinoccios. También son dos y coinciden con el inicio de la primavera y el otoño. Los equinoccios son los días del año en los que el día y la noche duran lo mismo.
Desde el equinoccio de primavera hasta el solsticio de verano, la duración de la noche es cada vez menor, y hay cada vez más horas de luz. Así se explica que los días se vayan alargando poco a poco.
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