Se acerca el “Día de Muertos” y con él los mexicanos celebramos la muerte. Los colores, lo sabores en los altares de difuntos no se hacen esperar. En México todo es folklore. Flores de cempasúchil, dulces y golosinas para vivos y muertos. Todo un galimatías de actividades alrededor de la muerte.
Este año, no hay mucho que celebrar. La violencia, las fosas y los desaparecidos nos dejan un agrio sabor de boca a los mexicanos. Lo que en nuestra cultura suele ser una fiesta, se ve empañada por la inseguridad y la violencia que se vive en nuestro país.
El Día de Muertos nos recuerda a todos que para allá vamos. Nombrar las calaveritas de azúcar, es solamente un recordatorio de nuestro destino final. Nos endulzamos la vida mientras estamos presentes.
México es un país es uno en donde la muerte es tomada como una festividad. Bajo la premisa de que: reir hace bien. Por eso los mexicanos somos capaces de escribir con humor las calaveritas literarias.
Según los expertos, el hecho de utilizar objetos para representar a la muerte es una forma de exorcizarla, de mantenerla lejos, de no temerle mientras estamos vivos.
Los altares de muertos tienen un enorme simbolismo. Cada objeto puesto sobre la mesa tiene un significado. La foto del difunto, las flores, las velas, el copal, la comida, las bebidas, todo tiene una razón de ser: agazajar a los difuntos con sus viandas favoritas. El fin último de las fiestas, es recordar y ser recordado.
Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años.
Los altares dedicados a los seres queridos con sus alimentos y flores favoritas. Todo dispuesto para recordarlos y rendirles homenaje.
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